En el principio [del año 2007] el Ministerio de la Presidencia creó el Año de la Ciencia y la Comisión para su celebración. A la sazón, la comisión de marras estaba desordenada y vacía, pero hete aquí que cuando se llenó de presupuesto a espuertas se hizo la luz. Y la luz era buena, y se podía medrar della. Y se llamó a la luz día, de tal suerte que en la obscurantista España se produjo un nuevo amanecer. No en vano, aquella comisión de sapientes expertos parecía dispuesta a iluminarnos por completo, a cambio de un simple pedazo de tarta del erario público, que por otro lado no es de nadie…
Entonces, la viceministra dijo: seleccionemos a un nutrido grupo de prohombres ilustres, aguerridos, a nuestra imagen y semejanza. Que pontifiquen sobre la vida acuática, las gráciles avecillas, las bestias del campo o sobre lo que se tercie. Y fueron bendecidos urbe et orbe por el Consejo de Ministros, que les instó a fructificar sus actividades en el Edén. «Os he dado todos los medios personales y materiales que estime necesarios para el funcionamiento de la Comisión». Y vio todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la tarde y la mañana del día decimosexto del año 2007 de Nuestro Señor Jesucristo.
(Sólo había una limitación: no se podía catar el Árbol de la Pseudociencia. Pero los convocados la aceptaron de buen grado, como no podía ser de otra forma.
Y del polvo de la tierra, el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) levantó sendas estatuas de tres toneladas, en justo homenaje a Santiago Ramón y Cajal y Severo Ochoa, nuestros premios Nobel por antonomasia. Como no querían que se movieran del sitio, no les insuflaron el aliento de vida. Sin embargo, el dispendio valió la pena: gracias a aquellas agregias esculturas y a iniciativas de similar jaez desplegadas durante el resto del año, España dará un salto cualitativo en lo que a I+D+i se refiere, y para 2008 vamos a ser más cultos, más cartesianos, más guapos y más conscientes de las leyes de la termodinámica que nos rigen…